Hace treinta años, el 22 de abril de 1992, quedaron inscritos los estatutos de la Associació Catalana de dislèxia i altres trastorns específics (ACD) en el Registro de Entidades Jurídicas de la Generalitat de Catalunya. Un grupo de familias y profesionales que nos encontrábamos desamparados ante las dificultades de nuestros hijos, y no sabíamos cómo afrontar la dislexia que sufrían, decidimos unirnos para mejorar la respuesta educativa y social y debatir sobre los trastornos de aprendizaje. La situación era compleja, ni siquiera se aceptaba poner ese nombre a sus dificultades, había un rechazo más o menos explícito.

Pero hoy, afortunadamente, la evidencia científica ha demostrado sobradamente la base biológica de los trastornos del neurodesarrollo, también en nuestro país, donde encontramos magníficos profesionales en la investigación, el diagnóstico y el tratamiento de estas dificultades.

Ahora hace treinta años, y las familias que decidimos emprender el ACD y todas las que se han añadido nos preguntamos cómo es posible que después de tanto tiempo nos encontremos situaciones muy parecidas a las que vivimos nosotros entonces. La normativa legislativa establecida es, o debería ser, suficiente para atender adecuadamente a los alumnos con trastornos específicos de aprendizaje. ¿Por qué todavía hay tantas carencias?

En primer lugar, falta una implementación real y efectiva de toda esta normativa, que no será posible si la escuela no recibe los recursos que necesita: se necesitan especialistas en las escuelas, logopedas para tratar dificultades de lenguaje como la dislexia, hace falta el segundo maestro en el aula, se necesita formación y asesoramiento a los maestros y profesores de secundaria, es necesario que las normativas no sean ambiguas y establezcan criterios claros para evitar interpretaciones sesgadas que favorecen enfoques poco inclusivos. La inclusividad también debe aplicarse a los alumnos afectados por trastornos del neurodesarrollo.

También es necesario establecer un sistema de detección precoz, el período crítico de detección de estas disfunciones está entre P4 y 2º de EP, pero lamentablemente no siempre se detectan en este período, ni los TEL (Trastornos específicos de lenguaje) ni el TDAH en Educación Infantil, ni la dislexia o la discalculia en 1º y 2º de EP. Este retraso en la detección compromete seriamente el progreso de estos alumnos…

Afortunadamente, desde hace tiempo, se han desarrollado, en nuestro país, métodos como Glifing diseñados para favorecer la fluidez y la corrección en la lectura y la escritura. Si estos métodos se instauraran en las escuelas en los años críticos del aprendizaje, es decir, entre P4 y 2º de EP, además de mejorar la competencia de todos los alumnos, serían muy útiles para detectar de forma precoz a aquellos niños y niñas con dificultades específicas. Seguro que se podría reducir lo que se llama fracaso escolar, que no es el fracaso de los niños, lo es del sistema educativo. No se realizan los esfuerzos necesarios, ni se ponen los recursos necesarios para establecer una educación realmente inclusiva de los alumnos con trastornos específicos de aprendizaje.

Tampoco las familias tienen el apoyo que necesitan y demasiadas veces el diagnóstico y posible tratamiento depende de la capacidad económica de las familias.

Por todo ello, después de treinta años, todavía trabajamos por el bienestar escolar y social de los niños y niñas disléxicos y de sus familias, por la mejor comprensión e inclusión de todos los alumnos y personas adultas afectadas por trastornos del neurodesarrollo, también por los maestros y las maestras que cada día se esfuerzan en su labor de conseguir una escuela con equidad e igualdad de oportunidades.

Nos queda mucho camino, ¡pero no desfalleceremos!

Neus Buisán

Associació Catalana de Dislèxia