Miquel Àngel Alabart

Los expertos opinan

Miquel Àngel Alabart

Psicopedagogo y terapeuta familiar en Barcelona y Vic
Director de la revista Viure en família (Vivir en familia)
Profesor asociado en la Universidad de Vic

Miquel Àngel Alabart es psicopedagogo y terapeuta familiar en Barcelona y Vic.
Es director de la revista Viure en família (Vivir en familia) y profesor asociado en la Universidad de Vic. 

Icram es muy sensata. Denise, muy movida. Ambas, bastante creativas. Max, bastante despistado. Moha tiene intereses casi adultos. Y Laia… ¡muy segura de sí misma! Estos y otros muchos niños tienen solo algo en común: las dificultades en la lectura. Por lo demás, son muy diferentes entre sí, cada uno con sus mochilas, cargadas de ilusión, curiosidad, alegría y también de otras cosas no tan bonitas.

Trabajar con niños con dificultades en la lectura es como trabajar con otros niños: hay que verlos como seres únicos, especiales, ver sus fortalezas y ayudarles a verlas, comprender sus limitaciones y alentarlos a ir un poco más allá, viéndolos como personas enteras, ricas y capaces. Como hemos dicho en otras ocasiones, un niño con dislexia es mucho más que su dislexia.

Sin generalizar ni pecar de optimistas, a menudo hemos observado que son niños que tienen “otra manera” de comprender el mundo: con mayor sensibilidad y creatividad, tal y como explica Ronald D. Davis (El don de la dislexia. Editex, 1999).

Por lo general, sabemos que los disléxicos tienen un desarrollo intelectual similar al de sus compañeros. Y en ocasiones, en algunas áreas, superior. Por tanto, está claro que centrarse solo en las dificultades no solo es injusto, sino un error de valoración.

Sin embargo, las dificultades para leer son una parte de la persona, y por eso creo que no debería hablarse en términos de “enemigo a derrotar”, porque el niño es muy consciente de que estamos hablando de una parte que también le pertenece. Así, no tiene “algo que no funciona”, sino que tiene una forma específica de funcionar, que puede ser buena para algunas cosas, y que, ciertamente, hace que le cueste leer.

La dimensión emocional

En el plano emocional, las dificultades en la lectura son vividas por el niño y su entorno como una carencia central, que acaba definiendo su identidad escolar. Así, a menudo estos niños vienen con una mochila emocional cargada de un bajo autoconcepto, frustración, soledad, confusión, desmotivación… Y debemos ser conscientes de que esta dimensión emocional puede ser la clave en un aprendizaje tranquilo y exitoso o, por el contrario, una retroalimentación o “círculo vicioso”, una profecía autocumplida que tiene por eje un autoconcepto negativo: el convencimiento de que “yo no aprendo”, “a mí me cuesta”, “soy menos que los demás”.

Nos gusta soñar que la escuela y la familia se pueden “confabular” para crear un ambiente de cuidado y protección, que transmita confianza y que también tenga muy presente la vulnerabilidad emocional de estos niños. En definitiva, que mantenga ligera la mochila emocional del niño. Para ello será clave que la familia y la escuela puedan vivir esta dificultad con tranquilidad y confianza.

Un contexto protector

Para crear un contexto protector, creemos necesario que se comprenda, se destaque y se celebre la diversidad. La canción “Mirada estràbica”, del grupo Xiula, es un buen ejemplo de ello.

A menudo, el problema del niño no son tanto estos problemas, sino el sentirse diferente, no perteneciente al grupo. Crear momentos de confianza en clase, donde se pueda hablar de lo que hace diferente a cada uno, o de lo que no están contentos, y ver que estos sentimientos son compartidos, favorecerá un ambiente de apoyo y aumentará la autoestima de los niños. Muchos niños y niñas respiran aliviados cuando comprueban que el refrán catalán “Qui no té un all, té una ceba” (Quien no tiene un ajo, tiene una cebolla, que equivaldría al refrán castellano “mal de muchos, consuelo es”) es real. Al mismo tiempo, reconocer y destacar también las muchas cualidades que tiene el niño es un fantástico “alimento emocional”.

Otro elemento necesario, tanto para el niño como para la familia, es dar toda la información de forma clara y al mismo tiempo tranquilizadora. A mí me ayuda mucho el clásico símil de la subida a la montaña: comparar las dificultades para leer con una molestia en la pierna que no me dificulta andar, pero sí subir a una montaña. Explicar que, al igual que un montañero debe hacer ejercicios antes de poder reanudar la actividad, nosotros también deberemos hacer unos ejercicios. Y mientras tanto, nada se puede forzar. Este mensaje es clave para los padres: ¡no forzar nada! Sabemos que gracias a la mediación del adulto y a la conexión con sus intereses, los niños establecen un vínculo con los aprendizajes. Pero cuando hay dificultades, a menudo le han cogido manía a la lectura, y la presión no hace más que aumentar la distancia emocional con el aprendizaje. Hay que cortarlo de golpe, y convertir los posibles momentos de lectura en un rato de placer, de disfrute. Leer juntos (sobre todo el adulto, y no pasa nada si no lee prácticamente nada al niño), añadir una marioneta, buscar un reto en la historia, incluso animarse a crear un juego de pistas… Es como si el montañero que ya ha practicado un poco, decide andar por un bosque muy bonito, pero todavía no subir la montaña.

Cambio de foco

La expectativa, los resultados que esperamos, requiere una reflexión. Está estudiado que uno de los factores clave de la motivación y, por tanto, de continuar con el esfuerzo y aumentar el aprendizaje, es el éxito auto atribuido. Entonces, es importante que el éxito sea realmente algo alcanzable y controlable por el niño. Pero, incluso con la mejor de las intenciones, a menudo generamos unas expectativas que pueden acabar creando frustración. Para mí la respuesta es no poner el foco en los resultados (y, en todo caso, hacerlo cuando estos sean claramente mejores de forma estable y sostenida). Podemos comentar los resultados de forma general, sin entrar demasiado en el detalle, y atribuirlos al esfuerzo: “Veo que lees de forma mucho más seguida, se nota que has trabajado”. Y, en cambio, poner el foco en las ganas que pone, valorar sus aportaciones, su interés y la cantidad de ejercicios que realiza.

Habrá momentos de crisis. Habrá momentos de frustración. La autoestima baja nos hace hipersensibles al error. Yo propongo una cierta “economía de comentarios”, que en resumen sería: destaquemos más los aciertos que los errores y señalemos los errores en términos de posibilidad: en lugar de “mal” o “te has equivocado”, lo sustituiremos por repetir la explicación o sencillamente por frases como, “casi aciertas”, “¿volvemos?”. Si conviene, dejamos de señalar algunos errores ¡aunque estén ahí!

Momentos difíciles

Habrá momentos aún más difíciles, que será necesario acompañar con mucha comprensión. El niño (o la familia) pueden tener momentos de desconfianza, o experimentar rabia o fatiga… Hay que sostener desde la calma y ponerle nombre: “parece que hoy estás enfadado… No pasa nada, a veces nos enfadamos”. La línea entre escuchar estos bloqueos (y, por tanto, poder parar) y contener la emoción pero invitando a hacer un esfuerzo (del tipo “ya veo que ahora te estás enfadando, seguimos un poco y ya lo dejamos”) requiere práctica. Un buen indicador es si creemos que ir más allá puede ser bueno para que el niño vea que puede salir adelante (y en este caso acabar con buen sabor de boca), o si por el contrario, como ya solo puede ir a peor, más vale dejarlo para no añadir más frustración.

La forma de funcionar de algunos niños disléxicos, sobre todo cuando no se les ha detectado la dislexia a tiempo, puede tener apariencia de inmadurez, con dificultades para el esfuerzo y dispersión de la atención. Además, si un niño ha vivido mucha desadaptación en su contexto, esto le puede provocar rabia y conductas desafiantes, y, a la larga, “manías” y comportamientos adictivos (por ejemplo, con las pantallas). Sin alarmismos, es necesario estar alerta para gestionarlo, aparte de hacer un acompañamiento emocional profundo y con límites claros.

Los niños con dificultades en la lectura tienen, como todos los niños y niñas, muchas cualidades. Depende del entorno que sea capaz de protegerlos de autoconceptos erróneos y sufrimiento emocional, de mantener ligera su mochila y de cuidarlos cuando esta sea demasiado pesada. Icram, Denise, Max… han tenido esa suerte, y ahora siguen con alegría su vida escolar.